domingo, 7 de abril de 2013

AFÍNATE: " EL MOLINO "

Ni que sea en el fin del fin de semana, os escribo con un bonito roncanrol para aprender a tocar. Señoras y Señores, este es el primer rock que me atrapó de LOQUILLO Y TROGLODITAS.
Loquillo y Los Trogloditas hacia 1985

Aunque la historia de Loquillo y Trogloditas abarca desde los 80 hasta la mitad de la década siguiente, viviendo así todo lo mejor del pop nacional, no fue hasta 1987 que tuve mi primer contacto serio con estos chicos duros que tocaban rock and roll con letras fraguadas en sangre, mujeres, litros de alcohol y alguna que otra lágrima . Recuerdo una cassette virgen (de marca Scotch de 90 minutos) donde un antiguo vecino y amigo de uno de mis hermanos mayores nos grabó la cinta original de “Mis problemas con Las Mujeres” (hasta fotocopió la carátula). No importa si no tenía la edad o el suficiente razonamiento para comprender el fondo de las letras. La música me atrapó instantáneamente. Con toda probabilidad, el tema “Mis problemas con las mujeres” fue el primer tema swing que escuché en mi vida ( ¿Glenn Miller? A mis 7 años, ese nombre me sonaba más a limpiahogar en pistola), sin desdeñar otros clásicos instantáneos como la gore-macarril “Ya no puedo bailar”, la romántica “Brisa de abril” y sus aires de chanson, o el inevitable hit “La mataré”. Éstas iban en la cara A, llamada “Ellas”. Y con la cara B, que se llamaba “Nosotros”, tampoco pasabas hambre de rock: ahí estaban la acelerada “Siempre libre” y la cachonda, tabernaria y catalanista “Cançó de pagès” que grabaron junto a Quico Pi de La Serra .

Muchísimo tiempo después, a principios del año en curso, tuve a bien leerme la que a mi juicio es una de las mejores crónicas musicales, sociales y sentimentales de la Movida y post-movida a caballo entre sus dos focos principales, Madrid y Barcelona: “Corre, rocker” (Ed. Espasa, 2000). Sólo se puede explicar el fenómeno desde dentro, viviéndolo con toda su intensidad y hasta las últimas consecuencias, y esa es la suerte de su autor, Sabino Méndez. Leyendo este libro comprendes hasta qué punto detrás de un hombre de imagen imponente ( José Mª Sanz y sus casi dos metros de estatura) hay siempre…otros hombres (¡no malpenseis, pajaronas!) con menor planta, pero cruciales por su energía y actitud a la hora de conformar el mito de Loquillo. Si realmente la música de Loquillo y Trogloditas se pudo tachar de panfletaria en algún momento, Sabino pasaba por ser el redactor jefe de la propaganda que grababan en surco y óxido de cromo.

Hacia 1985 se creó un cierto “no-sé-qué” (acaso tensión, acaso divergencias) entre algunos grupos que fundaron la Movida y que luego aprovecharon el gancho comercial que se le estaba dando al rock a nivel mediático e institucional. Por un lado, los Trogloditas andaban en un momento de desencuentros con su primera discográfica (DRO fue fundada en unos principios de autogestión que nada tienen que ver con el que es hoy uno de los brazos fuertes de Warner Music ), y decidieron tomar la oferta de Hispavox . Esta multinacional era más bien conocida por ser territorio de “tótems” de la música ligera como Juan Pardo, Mari Trini, Paloma San Basilio o Raphael , aunque para disimular también tenía en nómina a Alaska y Dinarama, que por entonces lo petaban con las ventas del célebre “Deseo Carnal”. Así que los de Loquillo tomaron ese sobre y abrieron veda para una nueva irrupción de guitarreo en las radios musicales, esta vez con la mirada más enfocada hacia los charts.

Por otro lado, el entorno más inmediato de la banda vivía altibajos de ligues y amigos, especialmente tras las primeras muertes por VIH que empezaban a darse entre los consumidores de heroína. Sabino Méndez también había confesado esta adicción en “petit comité”, un enganche que, paradójicamente, le azuzó la creatividad y las ganas de escribir en modo tal que cuando se dio cuenta había escrito material para dos o tres álbumes nuevos. Con el tiempo, Sabino encauzó su pasión lectora al decidirse a cursar Filología Hispánica entre concierto y concierto, quizás con el noble propósito de clavarse cada vez menos agujas.

Por todo lo dicho, “El Molino” bien puede ubicarse en ese determinado momento en que ciertas caretas empezaron a caer alrededor del grupo y dentro del ambiente musical (el libro que he citado trata bastante bien este aspecto). Aquí hay tres minutos y pico de desengaño y mucha rabia, por los demás y por uno mismo. Y, de nuevo, la  paradoja rockera de que cuanto más jodido está un artista física y mentalmente, mejores discos compone y graba, oiga.

  

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